La última calada

Andrés se sienta junto a la ventana y enciende ese cigarrillo que todos los dias promete dejar. Una calada y se le hincha el cuerpo, una calada y se pierde por un rato entre las risas y gritos de gol de los niños que abajo sueñan con ser Ronaldinho o Beckham. El tambien sueña, todavía sabe hacerlo, pero sueña con estar en otro lugar.
Otra calada y otro sueño marchito se precipita al cenicero vacío.
Afuera el viento resopla trayendo la brisa calida de fin de primavera, resucita muertos, resucita fantasmas de veranos pasados, veranos cuando las cosas marchaban bien, cuando la pena no lo acompañaba.
Ahora siempre se sienta a su lado, lo abraza... en ocasiones lo abarza tan fuerte que no lo deja respirar.

Otra calada y otro muerto que despierta para disiparse entre el sabor a sal. Andrés danza entre sombras, danza entre recuerdos que ahora se le antojan cercanos... tan cercanos que siente que lo preñan, que lo hinchan como humo de cigarrillo. Se detiene un segundo, mira sus manos y nota que no quedan líneas para más veranos, que ya no le queda tiempo para seguir soñando.
Da la última calada. El aire se infecta de densa muerte, un poco más de humo y Andrés se encoge más en su soledad. «Ya no hay tiempo» repite esta vez en voz alta, «No lo hay» mientras cae por la ventana.

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