¿vamos?

— Que buena canción ¿Cierto?
— Si, es buena.
— Hace mucho que no la escuchaba me trae gratos recuerdos, pero son cosas que no quisiera recordar ahora.
— Si... eso suele pasar.
— ¿Y que haces acá?
— ¿Dónde?
— Acá, sentado como si te doliera algo. No te hagas el tonto.
— Sufrir, supongo. Esta noche soy victima de las malas circunstancias y la verdad preferiría estar en otra parte. Un lugar menos perturbador.
— ...
— Hoy me han invitado a jugar billar, beber unas cervezas y pasar un buen rato entre amigos. Pero, quien me invitó obvió un ligero detalle... ha invitado a mi ex sin decirme. No se que estaría pensando cuando lo hizo, la cosa es que cuando me di cuenta ya estabamos metidos todos en el carro como una famila feliz, pretendiendo agradarnos unos a otros.
— Oh, ya entiendo. Los amigos suelen hacer ese tipo de cosas, creen saber como uno se siente.
— ¿Amigos?

Nunca he sido de las personas que se abrén de esa forma a un desconocido, menos a una extraña, pero la situación ya era extraã y sentía la urgencia de vomitar todo aquello, desembarazarme de mis incomodidades y lo estaba haciendo bastante bien.
Ella soltó una carcajada a mi interrogante sobre los amigos y de paso me arrebató la caja de cigarrillos que tenía en la mano. No recuerdo que haya pedido permiso, ya no eramos extraños... si compartiamos los cigarrillo no eramos más extraños.

— Bueno, como quieras llamarlos. Yo creo que estamos en la misma situación, estamos en un lugar donde no queremos estar ¿entiendes?. Mi hermana menor me a traído acá dizque para desempolvarme un poco, para como dice ella respirar un poco de aire fresco. Pero se ha traído al baboso de su novio, un tipo que no soporto, el cree que porque tiene dinero eso lo hace un espécimen especialmente deseable y apetecible. Pobre tonto,—sentenció mientras encendía el cigarrillo que sin vergüenza alguna me había robado— en fin, en el reino del señor hay de todo hasta idiotas que creen vivir agarrados de los sacos escrotales de todos los santos.

Despues de aquello nos dejamos rodear por un silencio. No uno de esos silencios incomodos, más bien, un silencio agradable con sonrisas tontas en los rostros de ambos. Las cosas ya no estaban tan mal.

— Entonces... ¿qué hacemos? —dijo ella.
— No sé... talvez, salir corriendo sin decir nada.
— Umm... no está mal la idea, y si le ponemos un poco de dramatísmo a la cosa nos saldrá como de comedia romántica. Nos salimos de acá y vamos a otro lugar. Hasta puedo dejar que me hables de cosas dulces, de amor, de nubes rosas y arco iris coloridos que aterrizan en una pradera repleta de flores parlantes. Tu sabes, cosas de esas que emboban a las chicas incautas.
— ¿Eeeh?... ¿amor y flores parlantes?, esa clase de cosas no se me da muy bien hablarlas, de eso no se mucho quizas es por eso que no engancho a ninguna de esas incautas. Si te parece, puedo hablarte de ovnis y dinosaurios, de política exterior y cosas por estilo.
— ¿Ovnis y dinosaurios?... creo que puedo sobrevivir a eso.
— ¿Entonces qué?... ¿vamos?
— Vamos.

¿quién escribió el Quijote?

Un inspector del Ministerio de Educación en visita oficial llega a una escuela secundaria, saluda a la maestra y a los estudiantes, dice su nombre y explica que está allí para ver cómo anda la educación de los muchachos; la maestra, no muy contenta, se queja de no haber recibido aviso previo sobre la inspección.
«Prescisamente, maestra, la inspección es sorpresiva por orden del señor ministro. Y ahora, a ver, tú—dice señalando a unos de los estudiante— ¿quién escribió El Quijote?».
El muchacho se levanta de la banca y tartamudeando, por el susto, contesta: « Yo no fuí». El inspector se vuelve a la maestra y le dice: «¿Usted oyó lo que dijo, que el no escribió El Quijote?».
La maestra, muy seria, responde: «Pues mire, señor inspector, el joven es uno de mis mejores estudiantes; si dice que él no fue quien escribió El Quijote, creame que no lo hizo; pongo las manos en el fuego por él.»
El inspector va a la oficina del director de la escuela y procede a contarle al director la respuesta del estudiante y de la maestra. El director, después de escuchar el relato dice: «La maestra es una maestra abnegada y dedica a los muchachos; si ella le cree al estudiante, es porque ella sabe, con seguridad, que él no tuve nada que ver con el libro de ese señor El Quijote y eso, ni lo dude.»
El inspector se va a dar una vuelta por el pueblo y decide visitar al corregidor, a quien le cuenta lo del libro El Quijote; el corregidor, escucha con atención y al terminar el inspector el relato, llama al policía que está en la entrada de la oficina: «Cabo González, quiero que averigüe si alguien en este pueblo tiene algo que ver con el libro de un tal Quijote; y si encuentra al que lo hizo, me lo trae inmediatamente porque le voy a dar su merecido; esas cosas no se toleran en este pueblo. Váyase tranquilo, inspector, que esto se aclara hoy mismo».
Un par de dias después el inspector le cuenta de cabo a rabo, al ministro, todo lo acontecido en la gira. El ministro le pregunta: «¿Me está diciendo, inspector, que nadie pudo decirle quién escribió El Quijote?». «Asi como lo oye, señor ministro, nadie me pudo decir y todo fué tal como se lo acabo de contar». El ministro se lleva la mano a la cabeza y reclama indignado: «! Ay, Ricardo Miró, cómo es posible que no sepan que fuiste tú!»

Fragmento de publicación del diario La Prensa por Berna Calvit, lunes 22 de junio de 2009.