Y entre cosas sueltas al aire que enfría el aparato acondicionador empotrado en la pared, siempre sale algo de esa filosofía de vereda... esa filosofía de la vida que se aprende a los golpes y con raspones en las rodillas.
Aquel día el Sr. Darío se había tomado, tal vez, más de la mitad de la botella de ron y ya estaba en el punto exacto de lucides
No recuerdo como llegamos al tema del pensamiento, la meditación y otras cosas que mejor no cuento... el hecho es que la primera sentencia del Sr. Darío fué:
—No hay nada que le haga más daño a una persona que el pensamiento —por un momento despegué mi vista del televisor, esto no podía perdermelo, entonces pregunté
—¿Y por qué nos hace tanto daño pensar? —el Sr. Darío levanto su vaso y se refrescó la garganta con otro sorbo de ron y seguido de esto soltó la segunda sentencia
—Nos hace daño porque el pensamiento es como un mico que salta de rama en rama y no podemos atraparlo, siempre está molestando y no se queda quieto. No nos deja en paz... no nos deja hacer nada.
Delvolví mi atención al televisor y le metí un poco de cabeza al asunto. Depués de un rato llegue a una conclusión «Coño!, este man tiene toda la razón».
Ojalá yo pudiera dejar de pensar.